La verde y bella Irlanda
Hemos disfrutado la primera semana de este mes de un hermoso viaje entre cuatro por las bellas tierras irlandesas. El tiempo meteorológico nos ha cuidado, y apenas tuvimos contratiempos. Habíamos elegido dos zonas para ver: los alrededores de Galway, en la costa oeste central, y el suroeste del país en el condado de Kerry. Al igual que el pasado año, alquilamos un coche que recogimos en el aeropueto cercano a Dublín y.. carretera y manta.
Esperanza ya estaba avezada con la experiencia de Escocia, para conducir por la izquierda, y Antonio se defendió bien cuando le tocó. La tarde del viernes, tras alojarnos en el hotel donde pasaríamos la primera y la última noche del viaje, dimos una vuelta de tres horas por la capital, entre lloviznas. O no la encontramos, o Dublín no tiene 'ciudad vieja' al uso; lo que vimos nos gustó, había rincones de zonas de ocio contrapunteados bien con otros más comerciales. Acabamos tomando algo en un lugar del barrio Temple, y escuchando algo de música en directo. Descansamos y partimos el sábado temprano con bastante agua sobre nuestras cabezas, en dirección hacia el oeste donde prometía el tiempo despejado.
Fue una transición larga, cuyo destino era cercanías de Galway en un casero bed and breakfast -pegado a la costa sur entre Galway y Cliften- pero antes echamos el día en los acantilados de Mooher, pasando primero por la bonita ciudad de Athlone, al sur del río Shanon, donde nos regalamos un corto paseo y una visita a un café-tienda familiar, distinto y muy acogedor. Luego en dirección suroeste llegamos a los acantilados con buen tiempo y echamos allí gran parte de la tarde caminando uno de sus recorridos.
El conseguir llegar (a las 22.30h, puuff!!) hasta nuestro primer bed and breakfast fue casi una osidea, pues los datos no estaban claros y el tom tom no nos aclaraba como llegar. Nos regalamos un buen ataque de risa, en medio de carreteras locales estrechas.
Debido a lo precario de nuestro inglés, lo hicimos como pudimos, y nuestra anfitriona, Moira, nos acogió bien pese a las horas. Antes, en un pueblo, cercano a Moher asistimos en un bar a una fiesta típica de sábado tarde-noche, que parecía trasladarnos al más rancio Texas. Vaya kurda llevaban la mayoría y vayas pintas.. pero bien! Je, je, de todo hay en la viña del Señor.
Al día siguiente, nos desplazamos en ferry a la más pequeña de las islas de Arán, Oirr, y aunque no la correteamos mucho, estuvimos muy a gusto, dando un paseo por las extrañas rocas de su costa, y disfrutando en el café junto al puerto de un almuerzo bien sabroso. Antes de partir de regreso, nos regalamos unos colgantes, de talla del antiguo calendario Ogham (druídico) en pizarra con Paul, un artesano muy majete. El mío lleva tallado la palabra Dorchas, en gaélico significa Esperanza (Hope para los irlandeses).
Acabamos otro buen día con la sorpresa de ver una foca. alentada por un barco de pescadores, justo tras desembarcar de nuestro ferry y antes de coger el coche. Nos dejó graciosos recuerdos, y Antonio hizo alguna foto del momento. Para acabar el día nos regalamos una tortilla de patatas, que salió estupenda.
El día siguiente, lunes 3, tocó agua. Primero, en Cliften, donde aún nos dejó ver la pequeña y agradable población -Yolanda aprovechó para comprarse unas botas pues la suela de las suyas se pulverizaron al pisar suelo irlandés-; luego, la lluvia fue en aumento, y hubo que olvidarse de visitar el parque de Connemara, pero sí pudimos llegar a tiempo para estar en tre las 15:00 y las 18:00h en la abadía de Kylemoore, donde aunque nos mojamos algo, disfrutamos mucho de tan agraciado entorno.
Incluso, los duendes del lago nos regalaron un momento bien divertido, ya que pudimos contemplar como el viento cabalgaba a todo tren sobre la superficie del agua, acabando con casi una ducha sobre nuestros cuerpos. Árboles centenarios y frondosos guardaban el lugar, y daban testimonio de la bella historia de amor que, a finales del siglo XIX, se vivió allí; por eso, se conoce el lugar como el Taj Mahal irlandés. Terminamos esa tarde justo en la frontera norte del condado de Galway, en el pueblo de Leenane, viendo como a lo lejos las torrenteras agua bajaban por la montaña hasta la bahía.
El martes tras un desayuno, que recordaremos los caseros bollos que nos hacía Moira, partimos hacia el suroeste, pasando primero por Galway, donde echamos un buen rato en esta bonita ciudad, con el café de costumbre de media mañana. Luego hacia el sur, camino del afamado pueblo de Adare ('él más bello de Irlanda'), muy turístico y que no era para tanto, y donde aprovechamos para comer bien. A mí la sopa de verduras me reconfortó, las chicas dieron cuenta de un Fish and Cheaps, y Antonio de una lasaña; aunque el lugar era antiguo y tenía su trago.
Galway:
Adare:
Esa tarde, camino del segundo bed and breakfast del viaje -en el turístico Killarney en pleno corazón del anillo de Kerry-, nos adentramos por carreteras locales tratando de ver una ruinas de piedras históricas. Poco que ver, no su entorno, una finca privada con un gran lago, bien hermoso y un recoleto cementerio, en el que aún levantaba sus ya caídos muros una ermita o iglesia. Y llegamos, antes de hacer de noche, a la casa, bien equipada. nos fuimos al Lydel a hacer compra para estos días, y cenamos una estupenda ensalada y algo caliente.
El día siguiente, el buen tiempo nos dejó disfrutar de un espectacular paseo por los bosques de Killarney, junto al salto de Torc; luego después de repostar café y asiento en 'la vista de las ladies', nos metimos por carreterritas locales bien hermosas, con la alta hierba rozando los bajos del turismo, y recorriendo zonas nada habituales. Al final, volvimos a la 'Kerry way' en la costa sur de la península de Iveragh, a la altura de un rincón pintoresco (a Antonio le recordó paisaje de Alaska) de pescadores en un pequeño estuario y después nos alargamos hasta el turístico Sneem a comer junto a la costa en un curioso y tranquilo parque.
Tras la comida, seguimos rumbo oeste, recorriendo esta península, y nos llegamos hasta la isla de Valentia en el noroeste, entrando por el puente en el punto sur, viendo el lago y unas bonitas islas a lo lejos, y luego pasando un rato de chascarrillo al coger el ferry regular que nos dejó muy carca de un recoleto café, donde disfrutar de nuevo de la suave pinta de cerveza negra guiness. De vuelta a Killarney, aprovechamos las últimas luces para parar en una playa y hacer alguna foto especial.
El día siguiente, jueves 6, tocaba recorrer la península de Dingle. Le echamos un rato a la ciudad de Tralee, donde tomamos el café, y luego bordeando toda su bahía fuimos hasta un punto norte con buenas vistas, allí aprovechamos para comer, y luego al sur para ir a la costa oeste, donde, tras pagar 4 euros por ver unas ruinas 'poco historiadas', a pie de una cala gozamos de su paisaje agreste. Ya de noche, llegamos al hermoso pueblo de Dingle, famoso por el delfín Funggie, afincado allí hace treinta años. Y de nuevo a Killarney, ya conduciendo de noche hora y media, cenita en casa y a dormir.
Dingle:
El viernes 7, ya una semana intensa y reconfortante en Irlanda, hicimos la transición desde Killarney a Dublín, con destino a los montes Wiclow al sur de la capital. Nos atravesamos todo el sureste del país, viendo como el paisaje cambiaba, y las ovejas dejaban el espacio a las vacas. Llegando a Wiclow, el paisaje montañoso era diferente a Kerry, pero también agradable. Dimos un paseo en una zona con robles centenarios y un par de lagos, después de comer una sabrosa tortilla de patatas hecha la noche anterior en las afueras del pueblo de Glendalough.
La vuelta al mismo hotel en Dublín, tras visitar el no muy agraciado Wiclow en la costa, nos regaló un divertido juego de 'Veo Veo', donde Antonio se salió al elegir la palabra 'anagrama' refiriéndose al logo de nuestro pequeño y querido seat. ¡La leche, imposible de adivinar! Tras ducharnos en el hotel, y dar una vuelta, tratando de cenar en un lugar típico irlandés (imposible un sábado a las 22:00h) acabamos en un tranquilo italiano.
Y vuelta al hogar, tras hacer las compras y regalos de rigor. La verdad es que no aprovechamos el tiempo para ver bien Dublín, en parte por el tiempo que nos hizo, y en parte porque, la noche de vuelta, ya cansados no cundió el ver gran cosa. La mañana del sábado 8 se nos fue en las compras pasando por los mismos sitios del sábado anterior, posando las muchas escenas verdes que Irlanda nos había regalado esta semana.
Gracias por tus paisajes hermosos y tu gente acogedora! hasta siempre Irlanda!
Bonito reportaje y bellísimas imágenes de la siempre verde Irlanda. Puedo casi oler su perpetua frescura y personalidad de este territorio tan peculiar como sus habitantes.
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