El renacer primaveral y el miedo a la muerte.
Hablamos a menudo de conectarnos con el cambio, con los ciclos estacionales. Escuchar esos ritmos externos ahí adentro, en nosotros. La escucha profunda, en especial tras el invierno quieto, hace emerger el ancestral miedo a la muerte. Llega la primavera y, para poder renacer en algo nuevo, hemos de reconocer esa muerte, y evitar así que ese miedo primigenio se grabe en nosotros en forma de dolores, conflictos o bloqueos.
Resiento este hijo, este blog, que ha estado dormitando estos dos meses, mientras su facilitador al mundo integraba la quietud invernal con un renacer asociativo que le ha tenido ocupado, más que física, emocional y mentalmente. Encontrar el ánimo adecuado para sentarme a escribir, y contaros algo que sienta, y que en verdad hable de la vida que ocurre alrededor.
Hoy, tras comer, recién salido del 'taller biomecánico' donde una buena amiga hace los ajustes con osteopatía y 'otras magias', me daba cuenta del run, run de ese antiguo miedo a la muerte. Dos días después de esta primera luna nueva primaveral, con el viento sonando fuerte en estos parajes desde el domingo, como queriendo barrer los miedos, los frenos de mano echados y lo que no nos sirve para seguir caminando junto a la vida, que siempre renace, y en especial ahora en primavera.
Primavera de bellos almendros floridos, alegrando las cunetas de las carreteras que nos llevan a algún sitio. Prestos a sumergirnos en la vorágine de actividades hermosas, de la mano de los días más largos, hasta alcanzar ese solsticio estival, donde de nuevo las noches empezarán a entonar la canción de un nuevo invierno. En eterno mover, en incesante sentir.
Y me digo cosas. Y me animo. Me insuflo de primaverales proyectos (con las asociaciones locales, estudiar perfumería natural artesana, viajar a la Provenza con ella, ayudar a mi hijo en su nuevo hogar y, y... tantos 'ys', ¿para qué? ¡Vale, porque es primavera y nos altera la sangre! Toda la vida vuelve a moverse, pide espacio; a veces aprisa, a veces despacio.
Y me cuento historias. No todas son de amor. Algunas evocan dudas e inseguridad; con otras sin querer me meto miedo, y el cuerpo protesta con tensiones, achaques y dolores varios. A veces el ego pretende estar hasta los co.., de esos, mis cajones aún estancos, a pesar de la intención noble para caminar cada vez más libre, y soltar, y saltar..
En medio de tanta belleza, tanta fragilidad. Y cuando me descuido, mas tontería aún, entre otras las mías. ¿O tal vez, todas las tonterías que veo en el otro, sólo son mías? Llegan, surgen de la mano del control y las exigencias, de las expectativas y las narrativas, de todo lo que se cuenta mi personaje.
Y también, a veces lo fácil que es parar un instante, respirar profundo, sentir esa paz, y oler los aromas escondidos en el vientre del viento, plenos de canciones preñadas de vida, de aliento. Bulle la primavera, y las tomateras bebés aprovechan cada rayito de sol en la terraza para decir sí a la vida, y a la promesa de sus frutos que llegarán el próximo otoño. Cuando les riego a ellas, también riego a mi espíritu sediento, que anhela saber crecer como la pequeña, frágil tomatera.
Estamos en primavera.
Renacer, celebrar, crecer, moverse, jugar.
¡Yo también cumplo años en primavera!
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