Barro somos, las manos nos cuentan y cantan

La semana pasada despedimos Julio tomando en Sotillo de la Adrada tres clases de iniciación a la cerámica. Hicimos un cuenco y una caja, y aprendimos unas pocas técnicas básicas. La profesora fue inspiradora, y estuvimos en agradable compañía. Como muestra de la experiencia quedan las fotos que Mercedes nos hizo, y que ahora ilustran mejor que las palabras por donde navegamos en esas 8 horas de viaje.





  Aprender a modelar cerámica, con arcilla o gres, a mano y con torno, hace años que es una de mis aspiraciones. Las pocas veces que nos hemos atrevido a modelar con arcilla, hemos pasado siempre un rato agradable. El barro tiene algo propio, sanador y entrañable, que nos conecta con el silencio y con el fluir.



 Sin hacer esfuerzo, mientras uno presta atención a lo que va tomando forma, nos relajamos y nos hacemos presentes. Enseguida, los nudos emocionales parecieran soltarse, encontrando expresión y ajuste a través de los tocamientos con el barro, y como nos toca él bien adentro.



  Al tiempo, damos rienda suelta a nuestra creatividad, y por ello nos sentimos a gusto. Si además, como la semana pasada, la compañía es agradable, la experiencia se teje en medio de un compartir hermoso, sencillo y con aroma a tierra mojada. Nosotros en esta ocasión pudimos disfrutar además de un te con anís, bien fresquito, con el que fuimos agasajados por nuestra anfitriona.

 



 De las dos piezas, el cuenco y la caja, disfruté más con el primero, porque me fascinó el ir observando como vuelta a vuelta y casi mágicamente algo tomaba forma poco a poco. Partiendo de tres bloques de gres casi idénticos, cada uno de los tres cuencos fue emergiendo con identidad bien distinta, proceso que nos resultó bien curioso.




  Los instantes en que uno se relaja del estar pendiente de la técnica, las manos parecen cobrar vida propia, dotando al objeto del sentir de ese momento presente. El barro nos habla entonces del puente entre los sentimientos internos y la vivencia del mundo externo. Sin pensar en ello, el alma baila y deja salir bellas flores que el barro recibe con amor.


  La justa atención para que el barro vaya cuajando en 'obra de arte' nos transporta por un viaje, mejor por un paseo entre sensaciones. Y siempre, allá en medio, el barro sólo pide que nos movamos dentro de ese dulce equilibrio, sin quebrarnos por secos ni empantanarnos por mojados en exceso.


  Con el paso de los minutos entramos en un suave trance, sin perder por el camino nada de la atención que precisamos para seguir danzando uno con el barro. Y luego viene el cultivo de la paciencia para dejar que el secado tenga lugar. Ahí nos paramos y esperamos, anhelando el momento de la pintura, soñando colores que queremos regalar a ese hijo recién nacido.


   Después, mientras pintamos, nos movemos entre tímidos y perfeccionistas, a veces nos olvidamos de que poco es lo que necesita ese barro para exhalar excelencia.. ay! podemos pecar de orgullo, adornando en exceso, y tal vez sin darnos cuenta, se exilie la poesía y la criatura térrea quede cual cáscara de museo, prisionera de nuestro exceso.



  Sólo decir que ya tenemos en casa nuestro bloque de gres a la espera de hacer una quedada Metakuyasein, para divertirnos juntos, y llamar a la canción del alma para que el barro, receptivo y moldeable, preste su ser a nuestro antojo guerrero, a nuestra búsqueda de fusión. Lo que nacerá será siempre bello, acabará cantando nuestra necesidad primigenia de volver a sentir que nos encontramos de verdad cuando nos convertimos en barro.  







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