Los 9 Aromas: Aroma del Noreste (2/9)


DENTRO DEL BOSQUE SILENCIOSO, CEDRO TEMPLA MI VALOR (PARTE 2 DE 9)

“Sutilmente enhebrado en la fragancia leñosa del cedro se encuentra el eco del valor. La calidad terrenal del cedro permite reconocer el camino seguro con el que abrazar con totalidad la siguiente fase de la vida. (…) A menudo se requiere bastante valor para reconducir el camino en la vida; el cedro aporta fuerza y compromiso para cumplir los deseos”   Robbi Zeck en ‘Aromaterapia para la curación’ 






  Cuando descubrí el trabajo de la kinesióloga y aromaterapeuta australiana RobbiZeck por el libro citado, la lectura del cedro fue una de las que resonó fuertemente en mi interior. Sería el momento; sería que era medicina que necesitaba, y que aún necesito. Hace tiempo que no creo en las casualidades, y os confesaré una anécdota: Crecí en una urbanización de Madrid, lindando con un pinar de Toledo, y mi padre bautizó la parcela con el nombre de ’Los dos Cedros’. Lo curioso de este testimonio, es que pocos años después de plantar la pareja de cedros, uno junto al otro, uno de ellos murió, y sin embargo, mi padre no modificó el nombre del lugar.

  Desde mi práctica feng shui, asocio el cedro con el noreste, la energía tierra del invierno, del aquietamiento, de aquellos bosques norteños de coníferas, que viven en tierras frías, e inhóspitas para muchos otros seres. Sin embargo, el cedro en su variedad Atlántica se ha extendido a muchos jardines de las latitudes templadas. Para los amantes de las ‘causalidades’ ahí va otra sincronía: en feng shui el noreste se asocia con el número 8, y la parcela de mis padres de ‘Los dos cedros’ estaba en la C/ del Romero, nº 71 (=8). El 8 parece el símbolo del infinito puesto de pie, y cuando contemplamos los bosques de coníferas su imagen se pierde hasta el infinito.

  Cerrando el bucle de mi historia personal, cuando llegué a mi actual hogar, me llevé la sorpresa de que los anteriores propietarios habían plantado una conífera bien especial, ¡una bendita Secuoya! La única que hay en la urbanización donde vivimos, y a la que estoy tan agradecido por habernos recibido. Al poco de vivir aquí, y como 2005 fue un año de fuerte sequía, me subí a lo alto de la secuoya para limpiar sus secas ramas. También me llevé la sorpresa de sentir su energía femenina, fluida, cuando desde ‘fuera’ llega su fortaleza de majestuosa silueta.

  Volvamos a nuestro viaje de peregrinación que empezamos en el anterior post, el primero de esta serie de los 9 Aromas. Los bosques de coníferas, como el cedro, son lugares bien apropiados donde cultivar la calma y la introspección. Podemos sanar viejas heridas, respirando el bálsamo leñoso de sus maderas, dejándonos acunar por la canción del bosque y sus seres invisibles. Poderosos árboles mecidos por el hermano Viento, buscan anhelantes en su crecimiento llegar hasta el Padre Cielo. Ellos pueden inspirarnos, y darnos la fuerza que necesitamos para que nuestro ‘héroe recién nacido’ emprenda su odisea particular.

  El cedro nos susurra pacientemente que cultivemos la propia individualidad, dejando partir el pasado, y anclándonos al presente con las firmes raíces de la autonomía, la valentía y la serenidad. Así, bien pertrechados, podemos iniciar nuestra gran travesía (‘cruzar las grandes aguas’ a las que se refiere el I Ching), sin miedo a que el primer temporal de turno haga añicos nuestro propósito, nuestro viaje.

  Tal como sucede en las silenciosas horas que preceden el amanecer de un día despejado de enero, después de acopiar las provisiones necesarias para nuestra peregrinación, el alma bulle por dentro, sedienta de aventura. Y, sin embargo, no hemos de precipitarnos. Necesitamos antes sentir clara a esta fuerza animal del vientre enlazándose con la ilusión de la cabeza en la morada sagrada de nuestro corazón.

  Desde lo alto de la cumbre respiramos calma y gozamos de amplia visión, cual águilas volando en el alto cielo. Contemplamos el lejano horizonte, meta de nuestro inminente viaje. Sabemos que al regreso, ya no seremos los mismos. Esto no ha de preocuparnos, porque ciertamente seremos más vida.


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