¿Es posible la solidaridad social sin reconocer el valor del maternaje?
ES POSIBLE RECONOCER EL VALOR DEL MATERNAJE?
Hace ya unos años me resultó apasionante leer a Laura Gutman sobre la carencia del maternaje y sus 'huellas' profundas en nuestras vidas adultas. (ver más). Al escucharla, atávicos circuitos neuronales se reactivaron dentro de mí, con la fuerza primigenia del zigoto que anida en el útero de la mujer 'que ya espera'.
Me hizo reflexionar y, tiempo después, relacionar sus lúcidas revelaciones con la propuesta que los profesionales de la infancia denominan 'trastorno del vínculo' (ver más). Según esto, un adulto, debido al ejercicio recibido de un modelo parental no competente, no es capaz de interrelacionarse en sociedad adecuadamente.
Esto genera por ejemplo conductas individuales marginales, bien de delincuencia (agresivas) o bien de no participación en el mundo (depresivas). Y a nivel grupal, propicia modelos de sociedad violentos y poco solidarios, que, cuando se llevan a las aulas, se perpetúan en las siguientes generaciones.
Se empieza a reconocer mayoritariamente que la reciente crisis económica, provocada desde los mercados financieros, se enmarca en un panorama mayor de falta de valores humanos y de ética en la interrelación social básica que vivimos. Hemos de reflexionar en paz, y de sentir sin que la culpa nos atenace, para poder darnos cuenta de como este panorama tan alienante, se corresponde con las dos cuestiones arriba presentadas.
Esta sociedad que, a menudo, 'cacarea' los derechos humanos de la renombrada declaración social en la Revolución Francesa de 1789 (ver más) , olvida mencionar lo poco fraterna que es nuestra sociedad occidental. Muestras de ello tenemos en la política de nuestros gobiernos hacia la emigración en tiempos de paz, y hacia los refugiados en escenarios bélicos. Y más cuando se sabe que son los gobiernos que aceptan que entidades financieras y empresas multinacionales se enriquezcan con situaciones de pobreza y guerra en tantos países.
Esto me lleva a pensar que, aunque tambaleante, la influencia de 4 milenios de patriarcado en nuestra cultura, todavía cierra la puerta a numerosas propuestas en favor de la dignidad, la paz y la cooperación humanas. Numerosas generaciones de hombres se han empeñado en encerrar a la mujer en su rol de cuidadora sumisa, haciendo de una hermosa función biológica, una patológica excusa para que miles de mujeres no desarrollasen su creatividad, ni ejerciesen su poder genuino.
Y hace varias décadas que este modelo social ha quebrado. Lo que ocurre es que las élites en el poder, con garras afiladas y manchadas de tanta sangre inocente, se aferran a no aceptar lo inevitable: el afloramiento de la conciencia que lleva en individuos y comunidades a reconocer el infinito valor del cuidado mutuo, de la entrega al otro, de la cooperación entre las gentes de paz, del saber pedir ayuda cuando hace falta.. y muchas más cualidades femeninas a favor de la vida.
Interesantes aportaciones a la regeneración individual y comunitaria llegan desde la investigación sobre resiliencia (ver más), valor eminentemente de naturaleza femenina, que existe tanto en mujeres como en hombres. Con ello, hoy podemos alumbrar renovada esperanza para que las gentes de buena voluntad llevemos a feliz término una revolución pacífica y bien visible, en favor de las relaciones de mutua ayuda que expresen lo genuino del ser humano.
Para acabar, quiero recalcar como todo humano precisa de dejar atrás la lucha heredada en sus genes entre mamá y papá, abuelos contra abuelas y .., de manera que el real aprecio hacia la vida pueda ser transmitido a niñas y niños que nacen y se crían en estos tiempos convulsos, y tan hermosos. Llegar a expresar con serena convicción la certeza de que todo ejercicio del 'buen poder', es un acto consciente de servicio amoroso para el beneficio de los vulnerables y de toda una comunidad. Lo demás, es locura vacía del derecho a llamarse un 'buen trato', y una enfermedad del alma que necesita ser curada abrazando el propio corazón sufriente, anhelante de maternaje.
"Los Primeros sonidos"
"El primer sonido que cualquier ser humano oye es el doble latido del corazón. En el útero materno experimentamos una sensación de seguridad y un sentimiento de pertenecer a alguien porque oímos los latidos de nuestro corazón y, como si se tratara de un eco, los latidos de nuestra madre, que nos llevará dentro durante nueve lunas. Cuando llegamos al Camino Terrenal a través del milagro del nacimiento, el segundo latido desparece. En el fondo, los seres humanos notan que les falta algo y muchas veces pasan por la vida buscando ese latido que les falta. Encontramos el latido que nos falta cuando escuchamos a la Madre Tierra y entramos en el Tiyoweh, la Quietud. En este lugar silencioso, podemos oír la pequeña y tímida voz dentro de nuestros corazones, y mediante esta experiencia, podemos redescubrir la sensación de seguridad y pertenencia. El latido de la Madre Tierra nos recuerda que nunca estamos solos. Nuestra verdadera Madre, la Tierra, está siempre presente para nutrirnos y darnos reposo. Todo lo que nos pide es que nos paremos a escuchar el segundo latido."
Fuente del texto: "Los Primeros Sonidos": Libro de Jamie Sams "La Medicina de la Tierra. Los caminos ancestrales de armonía de los nativos americanos".
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