El espacio comunal y el conocerse de verdad
Cuando hace unos años Goleman y otros autores en boga impulsaron la llamada 'inteligencia emocional', nos encontramos de primeras con dos piedras base del edificio de competencias: la autoconciencia, o el conocerse a sí mismo, y la empatía, o el saber ponerse en el lugar del otro. Sobre ambas se va trenzando un camino de experiencia relacional que nunca acaba.
Ahora que, hace seis meses, decidí volver al encargo de voluntariado en la comunidad de propietarios donde vivo hace 10 años, era más consciente en dónde me metía, que en 2006 cuando por vez primera participé en la misma situación dentro de un contexto diferente, que duró unos tres años.
la manada sobrevive porque cada uno acepta su rol distinto por el bien de todos
No se hasta que punto el cambio planetario de 2012 para acá marcará diferencias en cuanto a la intensidad de lo que ocurre y vivo, lo cierto es que transcurridos casi seis meses de estas andadura, valoro la complejidad de querer avanzar en temas sociocomunitarios.
La gente tiende a fijarse en las anécdotas externas, y poner todo tipo de pegas o dilaciones fijándose en lo que hacen los demás (normalmente sus errores), se trazan inconscientes programas de mejora del panorama social a partir de su mundo inconsciente, especialmente vinculado a nudos emocionales del pasado y a experiencias inacabadas. Éstas se trasladan de la esfera privada pasada al ámbito socio-vecinal presente, casi siempre sin ser filtradas por la autoconciencia.
De ahí que, luego reunidos en asambleas de copropietarios, el coctel pueda llegar a ser un auténtico cuadro de pinceladas de surrealismo sin coherencia ni orden. Impelidos por la intensidad que el marco público da a las cosas, las personas se sueltan la melena o se pierden en detalles que poco tienen que ver con la importancia objetiva de lo que se propone en dichas reuniones.
Al dejarse llevar por sus peculiares nudos del pasado, la persona se embarca en un viaje de ida, convencida de ir con los demás, de practicar empatía, y de estar preocupándose por las cuestiones comunales, sin percatarse de que realmente se limita a buscar gratificación individual, aprovechando de trampolín los sucesos sociales que se le ofrecen ahora.
Esta dinámica dificulta sobremanera tanto los esfuerzos de esos pocos escogidos que cada año se presentan para formar el equipo de la denominada Junta rectora o de gobierno, al tiempo que no alientan a la participación activa de los co-propietarios en los asuntos del bien común, lo cual podría asegurar cierta estabilidad en el encargo social al repartirse los esfuerzos como en la mejor carrera de relevos 4x100 en un estadio olímpico.
Lo que subyace a este contexto humano es la dejadez y falta de compromiso de la mayoría de las personas por ocuparse de sus temas vecinales o comunitarios. Se vive en la inconsciente creencia de que basta con pagar la cuota cada mes. Y que a esos voluntarios 'les va la marcha' o tienen 'ganas de controlar y mangonear'. Cualquier argumento es bueno para ser usado como escudo tras el cual refugiarse para no querer ni ver ni asumir la realidad.
Y es que se corre el riesgo al hacerlo, de darse de bruces con los muchos agujeros negros sobre los que se tiene construida la propia personalidad, y con ella, la propia existencia. Aflorarían los viejos nudos emocionales del pasado, que molestan demasiado, y sólo pueden ser tapados -se cree- a base de repetidas dosis diarias de hábitos adictivos de todo tipo; entre ellos, el de cargar contra los defectos de los otros para no examinar las propias actitudes.
En resumen, uno pierde la oportunidad de reflexionar de como podría conducirse de otra manera para ayudar a cocrear un nuevo contexto comunal que favorezca la resolución de los retos planteados. Se trata de sumar, sobre todo en las pequeñas mejoras, aún a sabiendas de que podemos no estar de acuerdo o verlo diferente. Lo hacemos por el bien mayor, de lo común, con actitud de compromiso responsable y nos recordamos las cesiones que muchas veces también han de hacer los demás.
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