El Viaje por excelencia, hacia elsímismo

 A alguien tal vez le parezca extraño, ya que el viaje al destino más remoto es el viaje hacia uno mismo. Y no sólo eso, sino que es la ruta más importante, de la que depende en gran parte el éxito en nuestra vida. Un logro que valoramos en términos de salud y de felicidad, no de realización social o económica. Con todo, pocas personas lo emprenden con determinación, gozo y responsabilidad. 


  La paradoja de que el viaje más lejano esté al mismo tiempo tan cerca de uno mismo es lo que cuestionan  muchas personas, y por ello no se asume la experiencia como posible. Por el ritmo de vida que solemos llevar, pasamos por alto los mojones que nos indican ese viaje interior.

  Una de ellas son los ciclos estacionales, que en las antiguas culturas del matriarcado se expresaban en las celebraciones lunares, de solsticios y de otros momentos importantes del ciclo anual. Se hacían en comunión con los demás y con la naturaleza, porque el ser humano no se identificaba -como ocurre actualmente- con su individualidad egoica, sino que era consciente de formar parte de un todo mayor que le abarcaba en todo momento, y eso facilitaba los virajes en su trayectoria vital.

  En relación con la vivencia de estos ciclos naturales, estaban los llamados 'ritos de paso', que daban sentido al cambio de una etapa a otra en la vida humana. Cuando desaparecieron, y fueron sustituidos por inconscientes mecanismos sociales en base al sistema de pensamiento dominante que estipulaba lo que era adecuado en cada etapa de la vida, perdimos una parte importante para poder viajar hacia uno mismo. Con el tiempo, empantanada la creatividad  de las gentes, surgieron las 'crisis', verdaderas oportunidades para ir en pos del 'gran viaje' olvidado.

  Las crisis se anunciaban a través de conflictos relacionales, cambios traumáticos de casa o país, enfermedades, encarcelamientos.. Aunque no queramos reconocerlo, son estupendos 'caldos de cultivo' para peregrinar hacia la morada del alma, máxime cuando muchos de los alicientes habituales -confort económico, libertad, gratificaciones afectivas..- desaparecen de golpe, o ignoramos si regresarán.

  En nuestro caso, y aunque no nos veamos expuestos habitualmente a estas experiencias dramáticas, a menudo recibimos 'pequeñas dosis' de incomodidades que pueden convertirse en nuestro guía para el viaje hacia el adentro. Sin ir más lejos, después de dos meses otoñales con un persistente cuadro de 'catarro' con idas y vueltas, donde tras semanas mi garganta pareciera estar mutando, no me queda más remedio que 'hacer de tripas corazón', o mejor aún medicina, y tratar de aceptar las experiencias limitantes como trampolín hacia el viaje primigenio.

 La semana pasada me llamó la atención que, tras disfrutar de una improvisada y fructífera sesión de meditación en compañía de una amiga y de Esperanza, el cuadro catarral resurgió con fuerza, como diciéndome 'no te olvides del propósito de mi incómoda presencia'. Al final, en estos momentos, uno tiene pocas fuerzas para lo habitual, hay más horas de cama y recogimiento, y podemos aprovechar para relativizar lo que normalmente nos parece importante.

 Convertido de esa manera el cuadro catarral en hilo conductor, y más aún, en fuerza motriz, de mi viaje durante este otoño, me veo obligado -aún reconociendo su beneficio- a ir para dentro, y viajar a la cueva del submundo. Tal vez llegue a algún acuerdo provechoso con Hades, y se me permita renacer, ganando en visión y gozo de la propia vida. 




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