Escocia (I): Hacerse a los cambios en medio de chubascos, vientos, nublados, sol y mucho, mucho Árbol

  Las dalias que plantamos hace 8 semanas, empiezan ahora a florecer. Su expresión le canta a la vida con intensa belleza al tiempo que majestuosidad. En este tiempo, la primavera va avanzando y con ella el entrenamiento en la piscina, el cambio de dieta, y la nueva etapa con nuestra familia 'Metakuyasein'. Pronto, glorificaremos el largor de los días en nuestra celebración del solsticio en la hermosa 'Colina del Viento' donde Miguel, don Miguel. Y en medio de esta primavera, que hasta hace bien poco, nos hizo desear con fervor sus lluvias, la gatita Pitta sigue trayendo sanación allá donde va -porque va y va de hogar en hogar, retejiendo corazones-, y contemplando la intensidad con la que ella vive cada uno de sus días, nosotros alzamos 'nuestro hocico' al cielo husmeando para también pillar alguna buena verdad.. y algo dentro me ronronea tierno, me canta: "..atención, silencio y presencia; .. Pablo, en especial, atención".


Dibujo precioso de la artista Candela Metakuyasein plasmando el alma de Pitta Chamán




     Estas semanas, febriles y cambiantes de actividad, también nos trajeron nuestro viaje por tierras escocesas, país de condiciones meteorológicas siempre cambiantes, isla verde y feraz donde las haya. Montados a lomos del silencioso Toyota Auris, cabalgamos por esos indómitos parajes, de historia llena de leyendas y encuentros de pueblos. Sus castillos, en ruinas o restaurados, antiguos y más modernos, exhalan en cada una de sus recias piedras esos siglos de fuerzas de la naturaleza trenzados junto a historias épicas de gentes y sus lugares. Tocamos apenas cuatro escenarios de esa bella historia, llegados a una latitud bien norte, sobre los 57º, donde en mayo el sol se recrea en su paseo por la tierra haciendo aún más largos los días.

 Ese clima cambiante, bañado en sus cuatro costas por mares y vientos, hace de Gran Bretaña una isla con mucha personalidad propia. Apenas duraban minutos un chubasco, o el sol abriéndose paso entre las nubes.. y siempre el viento, cambiándolo todo a su paso, recordándonos que no podemos empeñarnos casi nada en que las cosas sigan igual. Nos hemos llenado el alma y el cuerpo de parajes distintos a los que conocemos. No lo puedo explicar, mas sí compartir, como ese nutrirse de tierras extrañas, ha de ser bienvenido bálsamo para viejas cicatrices internas, al tiempo que sólido aldabonazo para abrir el portal de este nuevo tiempo por el que ahora transitamos.

 Fuimos los dos revueltos al inicio del viaje, y la parte que se resistía a lo nuevo, nos dio algún quebradero de cabeza, mas sólo el primer día. Cuando, tras dar vueltas y vueltas, pudimos enderezar rumbo al 'perdido' hotel en las afueras de Inverness, nuestro vagar se centró y el viaje resultó fluido. Esa primera jornada nos hizo hacer millas desde el aeropuerto de Edimburgo hasta la costa norte, A-9 pa arriba, atravesando por el oeste el parque nacional de los Cairngorms, que apenas vislumbramos. Nos gustó más el pueblo de Pitlochry, de ambiente acogedor y dulce, que Aviemore, lugar de montañeros a la entrada del Parque, como luego nos pareció Fort William al oeste del país.
 Vista panorámica de la iglesia en el pueblo de Pitlochry

 El segundo día, decidimos distraernos metiendo 'zoom' al viaje, y nos demoramos por los pueblos al este de Inverness: Findhorn, Elguin, Rothes.. y algún otro que ahora no recuerdo. Paseamos por la playa de Findhorn, recogiendo piedritas, y almorzamos en una café cálido del pueblo, lleno de estampas jardineras cuidadas y bonitas. En un lugar que no llegarías, de no decidir como nosotros carretear aquí y acá, pudimos contemplar las ruinas de un castillo nada conocido, que -tal vez por ser el primero que vimos- nos comunicó la esencia genuina de esas construcciones. Ayudó a ello que estaba en medio de una pradera, sin nadie. La experiencia fue íntima y cercana.

 Ese primer castillo en medio de la nada nos recibió pleno en su desnudez

 En Rothes, nos perdimos un rato dentro de una peculiar tienda antigüedades, alojada en una antigua iglesias. No buscábamos destilerías, pero nos dimos con una moderna de bruces al parar a almorzar en un pueblo perdido. Al retornar hacia Inverness, por el mismo tramo de la A-9 que habíamos recorrido el día anterior, llegamos al hotel sin incidencias, y lo traumático del ayer se colocó. Aprovechamos para pasear por Inverness, llovía algo. El río Ness en su desembocadura articula la ciudad, donde lo antiguo y lo moderno se funden sin estridencias. Entramos al cementerio, en Escocia estas construcciones comunican arte y una paz íntima, donde de nuevo el verdor ayuda.

Entrando al cementerio de Inverness al atardecer

  Los árboles centenarios que rodeaban las espaldas del Hotel New Drumossie de Inverness, resultaron bien acogedores, en aviso fiel de que en este viaje contemplaríamos grandes ancianos de los bosques, siempre dispuestos a recibirnos.

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