31. Gentilmente: 'Il bello Canto' (31/50)

 

      El público enfervorecido se levantó en pie, prorrumpiendo en clamorosa ovación. El tenor Gentile Truvianu acaba de consagrarse esta noche en la Scala milanesa. La reapertura de la sala tras meses de cierre debido al largo confinamiento había levantado muchas expectativas. Con tan solo 19 años, su meteórica aparición en el escenario profesional de la ópera europea creaba un hito único en la historia. En esos momentos, su pensamiento voló bien lejos, al otro lado del mundo.

  Acababa de cumplir diez años, paseaba de la mano de su madre Beatrice por las afueras de Manila. Su padre, diplomático de la embajada, había sido trasladado hacía tres años a las lejanas Filipinas. A través de unos amigos de la criada de la familia, conocieron al anciano Shao Leao. Él fue quien pronto reconoció el talento vocal del niño. Con el señor Shao Gentile dio sus primeros pasos musicales. Aprendió las escalas, el cuidado de la voz y otros rudimentos del canto. También le enseñó algo ausente de los programas habituales en las escuelas europeas: Aprender a escuchar el sonido único de cada criatura viva y armonizar con ellos cuando cantaba al aire libre. Su propia voz se proyectaba a todo lo que le rodeaba; se fundía con ello, con amabilidad, gentilmente.

  Esa mañana temprano habían salido a unos recados no lejos de donde vivían. Cruzaban un puente sobre un río, el caudal bajaba con fuerza debido al deshielo primaveral. Le pidió a su madre quedarse un rato en el puente; luego se reunirían en el pueblo cercano. Gentile escuchó con detenimiento el sonido potente del agua. Tras unos segundos, comenzó a distinguir pequeñas variaciones dentro de la misma corriente. Cuando hubo localizado un tono que le agradó empezó a cantar, sin perder ese tono, que tomó como guía. Gradualmente, el canto le fue llevando a un espacio de percepción diferente. El niño sentía entrar en él la canción del agua, y él le respondía con su canto. Unos minutos más tarde, se sintió en unidad con el agua. Y de repente, sin esfuerzo suyo, su voz creció en volumen de forma inaudita, como si la fuerza del torrente la amplificara. Fue una experiencia intensa, poderosa; Gentile la vivió con naturalidad como agradable.

  Ahora, en medio del clamor de un público rendido a su canto, el artista evocaba las enseñanzas del maestro Shao Leao. En silencio, sintió como la potencia sonora de los aplausos penetraba en su interior, recorriéndole por completo. Sin resistirse, se abrió al sonido. Su cuerpo comenzó a vibrar, apenas audible al principio, luego con fuerza. Era un sonido diferente, parecido a los armónicos que también aprendiera en Filipinas. Pero no provenía de ninguna parte concreta de su cuerpo físico. Éste parecía estar ausente; mejor dicho, interactuaba como ancla con las personas del teatro.

  Desde un estado meditativo, Gentile experimentó un cambio vibracional. El latido del corazón emergió agrandándose hasta incluir la garganta. Empezó a vibrar desde ella; segundos después, un sonido nunca antes por él oído, le envolvió y, fundiéndose con la ovación de la sala, creó algo diferente. Lo que sucedió después, no puede contarse bien con palabras. La consciencia viajó fuera del cuerpo y marchó lejos envuelta a ese misterioso sonido. Sólo un tiempo después le pareció reconocer estar acercándose a un ser. Su corazón lo sintió como el núcleo de Tierra, la madre de todas las criaturas. Tocándole de lleno en el pulso cardíaco, Kumar le habló:

  “Amado hijo, has abierto la puerta al hogar. Ese sonido es la esencia de tu ser, en comunión con el latido del planeta. Puedes volver, vive y canta desde ahí.”

   Un instante después, Gentile volvió a abrir los ojos. Ahí estaba el teatro, ahí estaba la gente. Pero él, vio algo diferente, pudo contemplar un solo ser que los arropaba a todos. Supo, que a través del instrumento de su garganta, las demás personas también cantaban. Comprendió su hacer en el mundo, para eso había nacido esta vez.



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