41. Veo, veo, ¿Tú que ves? (41/50)
La
visión del diseño traslúcido del copo de nieve le embargó por completo. Su
mente se abstrajo por unos segundos de todo pensamiento, tal era la atracción
del dibujo geométrico. Dejó de sentir el frío en su cuerpo y una extraña
sensación de ligereza le transportó lejos, en otro tiempo dentro del tiempo. A
otro paisaje nevado. Desde dentro de ese paisaje elevó la mirada a lo alto,
sorprendiéndose por la presencia de tres refulgentes soles. Luego, posando la
mirada a su alrededor, contempló un paisaje peculiar: Los árboles mostraban
colores diferentes, la mayoría de tonos no nos recordarían a los verdes
acostumbrados. Sus troncos tenían formas geométricas peculiares: triangulares,
cuadradas, hexagonales, etc. Y se movían, se desplazaban a diferentes
velocidades por el espacio, con tubos luminosos alargados haciendo las veces de
raíces.
Por unos momentos, ella quedó fascinada ante
el espectáculo ocurriendo a su alrededor. Luego, al querer andar, vio que su
cuerpo tampoco era el habitual. Aún así, se desplazó. Pero no andaba, más bien
daba saltos extraños, despareciendo del espacio para, a continuación, aparecer
de súbito en otro punto.
“Extraña manera de moverse” –exclamó para ella
misma- “Sin duda aquí las leyes físicas responden a otros principios.”
Entonces se le ocurrió enfocarse en un
paisaje distinto, imaginando un lago apacible junto a unas casas. Al instante,
estaba allí; el lago delante de ella. Detrás, junto a las casas, unas figuras
se movían de aquí para allá, desprendiendo destellos luminosos de colores
diferentes. Pero lo que más le llamó la atención a Varinia Armengold, fue la
deliciosa música sonando entrelazada a todo lo demás. Le recordó ciertas
tonadas dulces que de niña había escuchado cantar a su madre.
Se acercó hacia esas personas. Sin articular palabras, entró en comunicación con ellas.
Le devolvieron el saludo –envuelto en un fresco aroma de rosa y lavanda- y ella
se sintió bien recibida. Luego, entró hacia una de las casas, con forma de
cúpula, donde al parecer tenía lugar una celebración. Nadie hablaba, sonidos
suaves danzaban entorno a colores de tono pastel, y ráfagas de olores
increíblemente deliciosos llenaban el aire. En el centro del espacio, dentro de
lo que parecía una fuente con líquido burbujeante, una especie de delfín minúsculo
se desplazaba contento dibujando 8 alargados y corazones luminosos.
Se quedó parada delante de la fuente, sin
hacer nada. De repente, el delfín se
irguió sobre el agua y le dijo: “¡Qué alegría Varinia, por fin has vuelto!” Y
sacudiéndose graciosamente el líquido de su cuerpo, salió de la fuente
indicando a la mujer que le siguiera. Entonces se abrió como una compuerta en
el suelo, y ambos –deslizándose por una especie de rampa- descendieron
vertiginosamente. Varinia supo que estaban viajando en el tiempo. A los pocos
momentos, se encontraron flotando en medio de un espacio lleno de estrellas,
nebulosas y otros fenómenos. Ella iba dentro del delfín, convertido de alguna
manera en vehículo para viajar.
“Booz, booz, rip, rip” –la alarma del
despertador rompió el silencio en la habitación. Ella se giró para apagarla.
Después, abrió los ojos y pudo comprobar que estaba de nuevo en su casa. Las
imágenes del sueño eran tan vívidas. Tan real todo. Le costó ponerse de pie,
echar a andar de nuevo dentro de este cuerpo. Lo sentía más pesado que de
costumbre. Pensó en espabilarse con una ducha fresca. Sin duda alguna, llevaba
mucho estrés acumulado debido al trabajo extra desencadenado con la pandemia
del virus. Demasiada responsabilidad sobre sus hombros gestionando el buen
funcionamiento en la Secretaría Técnica del Ministerio. Era lógico que sus
sueños también fueran más intensos.
Se metió en la bañera, permitiendo al agua
fresca devolverle la sensación de ligereza. Respiró profundamente, luego se
enjabonó y estuvo varios minutos dejando que el agua le recorriera por
completo. Salió para secarse y al mirarse frente al espejo, contempló en medio
de su frente la imagen diminuta de un delfín dorado. Sorprendida, se frotó la
frente con ambas manos. Un intenso aroma a rosa y lavanda inundó todo el
espacio, embargando a Varinia con una profunda sensación de bienestar.
Miró de nuevo al espejo, y el cristal
–ligeramente humedecido por el vaho caliente- le devolvió la imagen de un
bellísimo cetáceo, sonriéndole.
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