45. Desde ilustres alturas (45/50)
Contemplaba
la inmensidad del cielo estrellado con la fascinación del crío alcanzando a ver
las lejanas estrellas por vez primera. El paisaje diurno, exuberante y agreste
de las cumbres cercanas a Vall de Boí, tenía otro encanto –no menos
espectacular- en noches como ésta. Tras los días pasados, donde habían sido
bendecidos con lluvias abundantes (estaba siendo una afortunada temporada de
setas), hoy el tiempo había dado paso a un cielo completamente despejado. Se
había abrigado bien, dejando a su compañera leyendo tranquila junto al fuego
vivo de la chimenea. A finales de noviembre, el frescor del mes anterior daba
la bienvenida a los primeros fríos.
Tulio Escartín gustaba de salir solo al monte
en noches claras como ésta. El frío le hacía andar enérgicamente, sacudiendo su
mente de pensamientos estériles y notando todo su cuerpo más vivo que nunca.
Además, hoy estaba especialmente satisfecho; al fin, había completado las 40
ilustraciones para el proyecto de relatos con su amigo Aníbal.
Cuando éste le sugirió colaborar con él allá
por junio, le gustó la idea. Luego, la dimensión del encargo, unida a sus ganas
de que los dibujos salieran bien, le produjo cierto atasco. También es cierto
que, en verano, le afloró la tensión contenida por los dichosos meses de
confinamiento. Y sin saber muy bien por qué, se vio presionado por su amigo.
El descubrimiento del diseño digital, gracias
al regalo de un familiar, vino en su ayuda. Disfrutó tantos ratos descubriendo
la nueva herramienta; él, discípulo de la vieja escuela, se sintió renacer
artísticamente. Y de rebote, cuando menos lo esperaba, se encontró dando salida
a todas las ilustraciones del libro con Aníbal. Tan solo hacía un par de días,
se las estuvo enseñando a sus amigos Agustín Miravalles y Matilde. Ellos le
animaron a seguir adelante, le dijeron
que el material para el libro –ilustraciones y texto- tenía calidad y
transmitía un alegre mensaje de esperanza. Bien lo podían decir ellos: Tras
cerrar su restaurante allá por marzo en los primeros tiempos de la crisis del
Covid, habían pasado una etapa difícil, reinventándose y tirando de ahorros.
Eran buena gente, como tanta otra en el valle.
Estas escenas aparecían ahora en la pantalla
de su mente, mientras Tulio contemplaba en quieto silencio las distintas
constelaciones.
“¡Qué gran casa ésta, nuestro planeta! Como
para dejarnos amilanar por esos fantoches del miedo, queriendo lavarnos el
cerebro desde los medios de comunicación. Lo que hemos de hacer es salir más a
caminar por el monte y oxigenar el cerebro. El exceso de sedentarismo, con
tanta tv e internet, hace criar gusanos en la mollera.”
Este último pensamiento le hizo gracia,
escapándosele una espontánea carcajada. Su voz sonó curiosa en medio de la oscuridad
silenciosa.
Reemprendió el camino de vuelta, desandando
sus pasos. Se sintió bien. Mañana le enviaría por correo electrónico las
ilustraciones a su amigo, el anticuario de Barcelona. Era un buen hombre, algo
soñador pero de buen corazón. Como no había dejado de viajar, Aníbal seguía
abriendo su mente a los acertijos del mundo, mientras iba en busca de tesoros
para su tienda. Al parecer, había vuelto a escribir. Se ve, que la musa le
estaba cuidando en este extraño año, donde tantas cosas estaban cambiando.
Y tras pensar esto, la ágil y aún juvenil
figura de Tulio –con más de 60 primaveras a sus espaldas- se perdió cumbre
debajo de vuelta hacia el pueblo. Los próximos días quería salir con la
bicicleta; en breve recibiría la visita de su amigo abulense, el bueno de Oriundo
Carrasco, y no quería que le volviera a dejar tirado como la última vez.
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