35. Dar cera, pulir cera

 

     “No grites, déjalo ya, que te van a oír.”-Exclamó con preocupación la primera voz.

  “Pues eso quiero, que me oigan” –Interpeló una segunda voz, evidentemente disgustada- “Si hace falta, romperé la cristalera, pero no voy a parar”. Se movió en dirección al ventanal, con el gesto evidente de dar una patada. De pronto se oyó un golpe seco, y el cuerpo cayó inerte al suelo. Luego fue arrastrado con dificultad por la otra figura, hasta llegar a la puerta de atrás.

  “¡Pobre Guillermo, no me ha quedado más remedio que dejarle inconsciente! Paso de volver a la cárcel por segunda vez esta semana. Ha de haber alguna manera para que entienda como ayudar de verdad. Con pataletas y destrozos no se consigue nada. Bastante complicado está todo ya, con todas esas patrullas de policía y de Los voluntarios ciudadanos cívicos controlando los movimientos en cada manzana de la ciudad.”

  Consiguió a duras penas meter el cuerpo de su amigo dentro del todoterreno aparcado junto al almacén, y arrancó sin apenas acelerar, poniendo sólo las luces de posición para evitar llamar la atención. Condujo muy despacio por la C/ La gaviota y tomó la ruta para alejarse del puerto. Media hora después estaban en las afueras de la ciudad, acercándose a un lugar seguro. En esa urbanización las medidas policiales se habían relajado las últimas semanas. Aquí podrían descansar un par de días, poner en orden la mente y trazar un nuevo plan. Pero necesitaban alejarse por un tiempo de las calles, como estaban actuando hasta ahora no iban a conseguir nada. O tal vez que les detuvieran a todos.

  Blanca tomó un baño relajante. Luego reanimaría a Guillermo; era buena persona, pero demasiado visceral y cabezota. Dejó que su cuerpo desnudo se relajara dentro de la bañera, permitiendo al agua caliente entrar en ella para soltar las tensiones de los últimos días. El aroma a lavanda le ayudó a desconectar de los hechos violentos en que se había visto envuelta al llegar a Gijón. Se frotó las piernas por debajo del agua, luego dejó que sus manos recorrieran el vientre, los senos, la cara. Permaneció inmóvil dentro del agua hasta que ésta empezó a enfriarse. Entonces salió de la bañera, se puso el albornoz y salió a la terraza a respirar el aire fresco de la noche. Estaban en abril y se empezaban ya a notar los días más largos; pronto regresaría el calor. Pero bien sabía ella que ya nada sería igual. Después de un año del estallido de la pandemia, la sociedad había cambiado mucho. Las autoridades habían alargado las prevenciones sanitarias hasta el imposible, justificando con argumentos increíbles los confinamientos y todo tipo de medidas restrictivas, que enmascaraban el control real de la población.

  Se encendió un cigarrillo. Con la tensión de las últimas semanas, había vuelto a fumar. Lo necesitaba. Era su manera de llevar calor a la garganta y los pulmones, los cuales sentía atenazados por tantos meses de opresión, de miedo. A lo lejos, intuía la presencia del mar. “Mañana bajaré hasta la playa.” –Se dijo para sus adentros, tratando de darse ánimos.

  Volvió al interior, Guillermo había vuelto en sí. Se tocaba la dolorida cabeza. Se le oyó farfullar: “¡Joder con la Karateka ésta de los huevos…! Blanca le cortó: “Es Tai Boxing Guillermo, y te habías puesto muy alterado…, no me dejaste otra opción. Ir a la cárcel no nos ayudaría en nada. Pero no disfruté por golpearte.”

  “Vale tienes razón,”-Reconoció él-“Se me fue la olla. Es que empiezo a estar más que harto de tanta tomadura de pelo. Aunque no sé que me molesta más, si la prepotencia de la Administración, o la pasividad bovina de la gente. Yo creo que con tanta mascarilla, las personas se están adormeciendo en su propio CO2, vaya mierda.”

   Para dar un giro a la conversación, Blanca le dijo: “Venga, si me ayudas preparamos una cena rica y nos la aliñamos con esa botella de vino del 2015. Acuérdate que fue un buen año, ¡Tuviste la suerte de que apareciera en tu vida!” –Le soltó ella mirándole tiernamente a los ojos.

  “Serás capulla”-Contestó el haciéndose el indignado, mientras le arrojaba un cojín al cuerpo que ella supo esquivar grácilmente echándose a un lado con un salto felino. “Claro que te ayudo a vaciar esa botella.”



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