32. La voz que Nos nombra (32/50)

 

     No sabía cuando había sucedido. Parecía imposible. La Voz dentro de su cabeza ya no estaba. Por vez primera en mucho tiempo pudo permanecer quieta, en silencio, sin tener que luchar con su propia mente. Se sentía completamente renovada, aunque una extraña sensación de vacío le rodeaba. De hecho, cuando se levantó para prepararse un té de canela con rooibos, le acompañó la estela de la ausencia de la Voz. Tantos años compartiendo cada segundo de la vigilia, llegó a sentir que era ella misma. Ahora sabía que eso no era cierto.

  Salió a la terraza, empezaba a refrescar. Entonces recordó el día de ayer. El curioso encuentro con esa desconocida en medio del centro de la ciudad, había conducido horas después a la sesión de regresión consciente. Durante la misma, ella Alison Karen Crown había rememorado aquel remoto incidente ocurrido cien años antes. La abuela de su madre, Irina Gonçalves viuda de Lord Edmund Mortimer, acusó públicamente a su socio de varios delitos, todos inexistentes. Lo hizo para quedarse con la empresa de importaciones textiles de Asia. La trama fue tan bien urdida que Sir Mathew Birnes acabó en la cárcel, donde dos años después apareció ahorcado. Junto al cuerpo se encontró una nota, donde explicaba con detalle su inocencia y el complot de su antigua socia. Luego maldijo a Irina y a sus descendientes terminando con unas extrañas palabras escritas en un idioma extranjero.

  Por unos instantes volvió al presente; se sentó en la mecedora arropándose con una manta. Alison recordó también, como de niña se evitaba hablar en casa de su bisabuela, de cuyos cinco hijos tres habían muerto en circunstancias muy extrañas. De los que sobrevivieron, Margaret la hija se encerró a los 20 años en un convento de clausura y sólo el hijo menor, Charles, tuvo familia con descendencia. Alison apenas llegó a conocerle, y su madre le contó pocas cosas de él. Su único tío materno, Florence, desde joven viajó por el mundo y desapareció en Asia menor en medio de una revuelta a principios de 1990.

  Su mente volvió a la regresión del día anterior. Antes de encontrarse con Belisaria Rodrigues en esa cafetería cerca de Harrods, sentía un fuerte nudo apretándole la garganta. Le faltaba el aire, por debajo de la apretada mascarilla. Eran tiempos difíciles éstos de la tercera oleada de la pandemia. La Voz  martilleaba más que de costumbre, instándole a beber de nuevo. Entró en el primer sitio que encontró abierto. Pero tras tomarse el primer whisky, las tripas se le revolvieron y tuvo que ir al lavabo. Cuando regresaba a la barra, se encontró la mirada persuasiva de dos ojos verdes mirándole de frente desde una mesa. Una mujer morena, de unos sesenta años, mentalmente le llamaba. Sin saber muy bien por qué, Alison fue hasta ella y se pusieron a hablar. Aquella mujer dijo saber el sufrimiento por el que estaba atravesando hacía tiempo, y se ofreció a ayudarle.

  Alison sabía que si hubiera hablado con cualquier amigo de esto, nadie le hubiera creído. Tampoco eso importaba. Hacía tiempo que apenas quedaba con sus escasas amistades. Y desde el año pasado, con la aparición del virus, aún fue más difícil quedar para verse. Seguía empujando la mecedora, y el rítmico traqueteo le devolvió a la cafetería, a ese encuentro fortuito con Belisaria. Ella le había preguntado por su madre y también por sus ancestros. Pero había poca información que pudiera recordar. Además, la Voz seguía martilleándole y le costaba seguir la conversación. Fue entonces cuando la mujer le había propuesto llevarle a su casa y realizar una relajación. Sin pensarlo mucho, había aceptado. Confiaba en ella.

  Ya en su casa, empezaron con la sesión. La voz de Belisaria le indujo a una relajación profunda. Luego, le pidió que se imaginara a sí misma como una niña pequeña de unos tres años, estando en su habitación a punto de dormir. Mientras tocaba rítmicamente un pandero, le dijo a Alison que se conectara con sus familiares ya desaparecidos. Receptiva a recibir algún mensaje  de ellos. Ella sólo había de escuchar su corazón, apoyándose en el sonido repetitivo del tambor. Transcurrieron unos minutos, la sensación del tiempo empezó a ser distinta.  Le pareció ver a su padre; pero enseguida, algo dio como un salto, vio a su abuelo materno Charles invitándole a acercarse  a él. Detrás del hombre, alcanzó a ver una figura femenina; sin saber cómo, supo que era su bisabuela Irina. Mostraba una expresión de arrepentimiento. Le habló de lo sucedido con el socio Sir Matthew Birnes, al que ella había condenado tan míseramente. Y de la venganza que aquel había prometido, del precio que habrían de pagar los descendientes de Irina, hasta que alguno cerrara esa brecha abierta por ella.

  Alison primero sintió miedo; luego una fuerte emoción de rabia hacia su bisabuela. Estaba comprendiendo como la voz que le atormentaba hacía años, estaba relacionada con esos sucesos, impidiéndole vivir en paz. Volvió a escuchar el sonido del pandero. Le devolvió al latido de su corazón. Sus emociones se sosegaron, y con la consciencia presente pudo sentir la indefensión de la niñita, imagen ella misma. Su garganta le atenazaba de nuevo, la Voz volvió de repente con más fuerza que nunca. Había permanecido agazapada en un recoveco de la mente y ahora reaparecía amenazante. Apesadumbrada por la negatividad creciendo en ella, Alison pudo escuchar internamente la voz calmada de Belisaria: “Alison respira, siente esa rabia y déjala partir. Perdona a Irina y a tu abuelo y tu madre. Eres fuerte. Tu fortaleza es la inocencia de esa niña pequeña que fuiste, tu fortaleza está en tu corazón. La Voz sólo te recuerda lo que está pendiente.”

   El tambor sonaba ahora más fuerte, y Alison puso la atención en su pecho para empujar fuera de ella el nudo de la garganta donde la Voz se refugió. La tensión llegando al máximo, de repente sintió como atraía hacia ella a sus antepasados, dentro de su corazón. El tambor cesó. Belisaria recitó en bajo unas palabras, y Alison dijo: “Lo hecho un día pagado está, os perdono, la paz retorna a todos nosotros. Somos lo mismo.”



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