12. Saciando la sed del alma (12/50)

 

     Consultó su reloj de pulsera: 11:11h. La mañana se le hacía larga, tediosa. Durante estas pasadas semanas casi se habían limitado a confeccionar mascarillas. La fábrica donde trabajaba, en las afueras de Manchester, no paraba de recibir pedidos de toda la isla, desde que en Reino Unido se había decretado el pasado mes de enero el uso obligatorio de las mismas. Para colmo, tenían que trabajar con ellas puestas durante toda la jornada laboral. Su estado de ánimo no era bueno, y necesitaba unos días fuera de la city.

  Pudo alegar tomarse libre el siguiente lunes para visitar a un familiar enfermo, y sacó un billete de autocar para el sábado. Se escapaba a Gales, a la tierra de sus ancestros. Necesitaba sentir en sus pulmones el frescor de la campiña y del mar.

  El bus proveniente de Manchester le dejó a las 13:00h en el centro de la localidad de Caernarfon, junto a la bahía del mismo nombre, y a unos pocos kilómetros de su pueblo natal. Iría dando un paseo. Hacía frío, pero lucía un estupendo sol de primeros de marzo.

  Según fue caminando, Andrew Miller sintió como su cuerpo se iba activando, al tiempo que una sensación de alegría –olvidada hacía mucho tiempo- retornaba hasta él. Cuando llevaba cerca de dos horas en el camino, divisó a su derecha una arboleda tupida que atrajo su atención. Apartándose del camino, atravesó unos verdes prados. Al acercarse, pudo darse cuenta que era un robledal, con árboles centenarios de más de veinte metros de altura. Paseó entre ellos y notó como se recargaba, conectando con una fuerza en su interior. Llegó a un gran ejemplar y se sentó en el suelo apoyando la espalda en el enorme tronco. A los pocos minutos, se quedó dormido. Y soñó.

  En el sueño aparecía un grupo de personas sonrientes que danzaban en círculo en torno a una gran hoguera. No podía verlo pero sentía que el mar estaba cerca. Él estaba vestido con ropas elegantes, pero más antiguas. Se iba a casar, la reunión era para la celebración de su boda. Frente a él, una bella mujer le miraba de forma amorosa. Pasaron unos minutos, luego aparecieron juntos delante de lo que parecía un altar. Una mujer anciana de porte majestuoso, recitaba en gaélico unas palabras. Después unía los brazos de los novios con dos cintas de colores, y les decía que se besasen. Los invitados aplaudieron y bendijeron a los recién casados. Y a continuación se escuchó una canción tradicional escocesa: “Should auld acquaintance be forgot, and never brought to mind? Should auld acquaintance be forgot, and auld lang syne? For auld lang syne, my jo my dear, for auld lang syne, we’ll tak a cup o’ kindness yet, for auld lang syne.”

  El Sol declinaba ya sobre el horizonte cuando Andrew se despertó. Tenía una sensación extraña, pero bien agradable. Como quien vuelve de estar con viejos amigos. Palmeó al tronco del árbol en un gesto de agradecimiento y siguió su camino. Anochecía cuando llegó a su aldea. Hacía más de doce años que no había regresado. Cuando se fue apenas era un muchacho de 17, con barba incipiente que quería comerse el mundo en la gran ciudad. Pero los tiempos actuales eran ingratos, duros de llevar en la ciudad. Y la pandemia desde el pasado 2020 había agravado la convivencia, ya de por sí deshumanizada.

  Sus tripas sonaron, protestando. No había comido desde bajar del autocar. Y tenía mucha sed. Enfrente suyo vio una taberna. Estaba anocheciendo. Entró. El ambiente era increíble como de fiesta. Había gentes con mascarilla, pero eran minoría. La mayoría de las personas cantaban y sonreían, en el centro un grupo bailaba. A Andrew le agradó. Se dirigió a la barra. La joven camarera estaba de espaldas; sin esperar a que se volviera le pidió una jarra de guiness.  Al volverse, con la fresca cerveza en la mano, Andrew se quedó pasmado: Era la misma mujer de su sueño, con la que se casaba.

  Ella le dijo en tono cordial: “Bienvenido querido. Aquí tiene su pinta para saciar su sed.” De fondo, mientras disfrutaba la bebida, pudo escuchar una música: “For auld lang syne, my dear, for auld lang syne, we’ll tak a cup o’ kindness yet, for auld lang syne.

Traducción: ‘Auld lang Syne’

  Deberían olvidarse las viejas amistades y nunca recordarse? ¿Deberían olvidarse las viejas amistades y los viejos tiempos?

Por los viejos tiempos, amigo mío, por los viejos tiempos: tomaremos una copa de cordialidad por los viejos tiempos.

  Los dos hemos correteado por las laderas y recogido las hermosas margaritas, pero hemos errado mucho con los pies doloridos desde los viejos tiempos.

Por los viejos tiempos, amigo mío, por los viejos tiempos: tomaremos una copa de cordialidad por los viejos tiempos.

  Los dos hemos vadeado la corriente desde el mediodía hasta la cena, pero anchos mares han rugido entre nosotros desde los viejos tiempos.

Y he aquí una mano, mi fiel amigo, y danos una de tus manos, y ¡echemos un cordial trago de cerveza por los viejos tiempos!.

 



 

 

 

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