25. Cerveza, guitarra y demás familia (25/50)

 

     Su amigo ayer se lo había asegurado. La inversión era prometedora. A medio plazo, las criptomonedas se convertirán en la inversión más fiable para aumentar los ahorros. Él ya venía oyendo noticias al respecto los últimos meses; y ahora, con el confinamiento por el Covid19 y la consiguiente radical reorganización de los sectores empresarial y bancario, no cabía duda de que el dinero -como lo habíamos conocido- iba a cambiar, y mucho.

  Cerró su portátil, y se restregó los ojos, como tratando de aclararse lo que no veía nada claro. Todavía le coleaba la marea de emociones que el cierre de la venta de la casa paterna había tenido una semana antes. Llevaba años sin encontrarse con todos sus hermanos. Inevitablemente, hubo tensión, algún que otro reproche velado y, sobre todo, sintió como se le recriminaba su ausencia durante estos años pasados de la enfermedad de padre.

  La justificación por hallarse trabajando como asesor en Dubai, no le excusaba de haber podido venir alguna vez hasta Amsterdam. La cuestión de fondo seguía siendo la brecha abierta y, sin resolver, en la relación con su padre. Los dos tenían un carácter obstinado, pero Maarten Overmars sabía que debería haber sido él quien hiciera un acercamiento hacia la reconciliación. Pero no había podido, y ahora era ya demasiado tarde.

  No le apetecía nada quedarse en esa oscura pensión que había encontrado por Airbnb en el último momento al salir de Dubai. Decidió salir y patear el centro de la ciudad. Cenaría fuera. Maarten llamó a un taxi que le dejó justo a la entrada de la parte vieja de Amsterdam. Llevaba cinco minutos vagando, se estaba haciendo de noche. Notó el frescor de finales de septiembre. De pronto, se fijó en un luminoso rojo justo delante de él. Leyó: ‘El Diablo rojo, tapas locales y cerveza artesana’.

  “Hace tiempo que no tomo una buena cerveza, como Dios manda” –exclamó en alto, dando salida a sus pensamientos- “Pasemos adentro, a ver que tiene el lugar para nosotros”. Le recibió un espacio en penumbra, con algunas luces de ambiente, y unos pocos clientes. La temperatura era agradable y algo en el ambiente, le hizo relajar la tensión que traía. Se sentó en una mesa, y revisó su móvil por si en las últimas horas le hubiera llegado algún aviso del trabajo. Pidió una jarra de medio litro de cerveza de trigo, tostada y algo para picar. Saboreó la dorada bebida dando un gran trago. Recordó todo el tiempo transcurrido desde la última vez que saliera a divertirse por la ciudad con amigos. Le parecía tan lejano…

   Maarten, distraído entre sus recuerdos, se acabó la cerveza sin darse cuenta. Cuando le llegó la comida, se pidió otra jarra. Una hora después, estaba bien contento, rodeado por un grupito de parroquianos con los que se había juntado. Cualquiera al verle, afirmaría que se tratara de la misma persona de un par de horas antes.

  En medio del bullicioso jolgorio, Maarten agarró una guitarra de un compañero de juerga, la tanteó con delicadeza y tocó unos suaves acordes. Sin pensarlo, recordó entonces una melodía de sus tiempos juveniles y comenzó a cantar. Su voz de barítono, acompañada por la siempre gentil guitarra, fue llamando la atención del resto de la gente de la taberna. Aunque la letra contaba una historia algo triste, bañado en cerveza, él transmitía cierto encanto al interpretarla. Después vino una segunda canción, y luego otra. Justo antes de cerrar, el camarero le hizo un amable guiño desde la barra para que acabara. En esos momentos Maarten cantaba una tradicional canción holandesa que su padre le había enseñado siendo un chaval.

  Terminó de tocar, recibió una gran ovación de los espontáneos espectadores. Maarten sintió el bienestar al verse rodeado por esa peculiar familia. Al devolver la guitarra a su dueño, le vino quien le había enseñado a tocarla, dedicándole tantas horas. Habían pasado unos cuantos años, pero vio la escena como si acabara de ocurrir: Allí se encontraba él sentado sobre las rodillas de su padre, agarrando una guitarra por primera vez.

 


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