30. Balada triste del león oveja (30/50)

 

     “¡Basta Ya! No lo aguanto.”

    Su aullido descarnado lo decía bien claro. Estaba cansado de llevar esa vida tan perra. Atado a tan corta cadena y en tan larga condena. No había hecho méritos –o eso creía- para ser abandonado en esa casa solitaria, recibiendo un pienso diario a cambio de vigilar la propiedad de los otros. Pues no, a él esta tarea no le parecía nada apropiada. Se le erizó el pelo, al escuchar como respondían desde los cuatro puntos cardinales otros angustiosos aullidos, tan similares al suyo. Y entonces lloró. Era tarde.

   Apenas podía recordar los acontecimientos enlazados desde aquel 2020, que le habían conducido a este lamentable estado. Veía claro por fin, como cuando pudo defender su libertad, no lo había hecho. Atrincherado tras los últimos despojos de su zona de confort, no quiso escuchar lo evidente. Prefirió seguir adormecido, como la levadura artificial incapaz de fermentar el buen pan. Hizo como que miraba a otro lado, cuando el estado policial se cernió cual tupida, oscura manta sobre las cabezas de los humanos. Luego, en poco tiempo, el nuevo diseño se desplegó vertiginosamente, insidiosa matrix agazapada a un metro de cada individuo. Y un día se levantó, para comprobar que ya no había libertad alguna a la que echar mano. La granja orweliana estaba aquí, tan sólo con 40 años de diferencia de la fecha del afamado libro.

  Aureliano Buendía se lamentó con ironía de portar el mismo nombre que aquel personaje de Gabriel García Márquez en el universo mágico de ‘Cien años de soledad’. La vida tenía esos guiños agridulces. Estábamos en primavera de 2024. Corría el rumor cada vez más sólido de que, desde principios de 2021, los herejes a la corriente oficialista estaban procediendo velozmente a habilitar el acceso libre a la llamada ‘Nueva Tierra’. Era un doble del planeta conocido, situado en otra línea temporal paralela, pero de superior frecuencia. Parecía un guión de película americana de ciencia ficción.

  Pero sin embargo, todas esas personas -en su día tildadas de conspiracionistas, negacionistas o cualquier etiqueta impresa por la censura imperante- exhalaban un aroma de vitalidad, un sello de autenticidad y lo más grave aún, seguían enamoradas con la vida y eran felices. Aureliano dudaba cada vez más de todo, y en cada comida, el pienso de ingeniería genética con el que se alimentaba le sabía peor.

  Llevaba más de tres años sin probar un buen cocido o una ensalada de hortalizas; echaba de menos el color y el sabor en la comida. Para hacerles una gracia, algún que otro domingo, le hacían llegar un pequeño paquete con unas pastillas dulces, que simulaban las chocolatinas de antaño. Y hay de él, si no sonreía delante de la cámara de su habitáculo cuando las ingería.

  Cada mes pasaba casi igual al anterior. Comenzaba recibiendo la ayuda mísera gubernamental, con la que malvivía. Antes del día 5 tenía que entregar el informe de control de conductas reprobadoras de su zona, haciéndolo llegar al comisario comarcal del Área de Civismo ciudadano. Acudía en persona, y era examinado respecto a sus aficiones, lecturas y encuentros interpersonales del mes anterior. Si aprobaba, le sellaban el derecho a seguir recibiendo la ayuda. Todo había empezado cuando tuvo que cerrar a principio de 2021 su negocio de hostelería en la playa de Málaga. Le convencieron de que esperara, que ya volverían buenos tiempos- Luego la pandemia se transformó en dictadura, con los científicos oficialistas orquestando como se debía vivir.

  Quizás, se tuvo que haber rebelado. Entonces muchos lo hicieron. Lucharon sin violencia, se agruparon en pequeños núcleos disidentes, esparcidos por toda la faz del planeta. A él le pudo el miedo, que le comió la voz. Después, vino el aturdimiento. Aureliano pensaba que era alguna sustancia que echaban en el pienso, la base de su comida. Quiso renegar de su propio apellido. Porque desde entonces ya no tuvo una jornada a la que pudiera considerar un buen día.

  Sin embargo, hay días que se levanta mejor de ánimo. Le parece escuchar una vocecita crecer dentro de su pecho. Esas mañanas, de forma disimulada, pasa un rato en la parte trasera del patio y cava un poco. Él cree que, para dentro de unos años, habrá terminado el túnel y se escapará. Tal vez pueda contactar con el núcleo disidente 13-25J. Por si las moscas, también ha empezado a meditar 5’ al día. Esos días, el pienso le sabe mejor.

 


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