4. Amanecer de esperanza (4/50)

 

     Ese bello amanecer, la costa de Cabo de Gata saludaba alegre la llegada del día de Nochebuena. Los primeros rayos de sol iluminaron la sala de estar a través de la tenue cortina blanca. Desde su cama, aún adormecida, sintió la luz entrar al dormitorio. Se volvió hacia el otro lado, buscando el cuerpo cálido de Amir, pero no lo encontró. Entonces se acordó de sus palabras ayer mientras cenaban:

  “Rita, mañana madrugaré para ir a pescar a las lagunas. Nos vemos luego a media mañana.”

  Aunque habían transcurrido más de veinte años, todavía se le notaba su acento del Atlas. Por un instante le vino a la memoria su primer encuentro. Fue en ese máster de ‘Psicología anti estrés en situaciones de emergencia colectiva’, que ella había impartido durante un mes en Tánger. Volvió a la península enamorada hasta las trancas, y al año Amir se vino a vivir con ella. Ni decir tiene que su entorno social se hartó de cotillear a sus espaldas.

  La facultad de Psicología de Granada, en la que ella impartía clases como directora del departamento de Psicología social, tampoco se salvaba de ser un hervidero de hipocresía y mediocridad. Sin embargo, poco le importó a ella; a sus treinta y cinco años recién cumplidos llevaba ya a sus espaldas unas cuantas decisiones difíciles. Había pasado mucho desde que abandonara su Barcelona natal a los 17 años –solo con 100 euros en los bolsillos- para irse a estudiar y trabajar al frío y académico Oxford.

  Se levantó del lecho, estirándose felina, y fue a la cocina a encender la cafetera. Había varios whatsup. Le llamó la atención uno:

  “Estimada Rita: He tardado en contestarte porque las últimas semanas han sido duras por aquí. El ambiente del hospital cada vez está más tenso. Con tantas medidas de seguridad sanitaria impuestas desde las autoridades debido al covid, los trabajadores están perdiendo el norte. Si sigue en pie tu ofrecimiento, estaría encantada de pasar unos días con vosotros en vuestro delicioso hogar. Añoro esos paseos junto al mar en tu compañía y nuestras largas charlas frente a la chimenea disfrutando un buen vino. Os echo de menos. Con cariño, Hermelinda Aquisgrán.”

  Rita Balaguer dio un sorbo al café, saboreando su profundo aroma. Le encantaba ese café etíope.

  “Caray qué sorpresa!”-exclamó esbozando una hermosa sonrisa- “La dulce Hermelinda, cuanto me alegro. Que valiente ha sido al escoger trabajar en ese centro. Y eso que sus allegados intentaron quitarle la idea de la cabeza. Pero ella lo tenía muy claro. Desde que acabó la licenciatura en Granada, quería hacer esa práctica antes de ejercer como psicóloga clínica. Imagino que tendrá mucho que contarnos. Le contestaré luego una vez lo hable con Amir. Seguro que él también se alegra. Es una joven bien agradable, con un don especial de acompañar a las personas que lo pasan mal.”

  Tras desayunar, se fue a su estudio. Sintió curiosidad por hojear el material didáctico del máster de Tánger, elaborado tan concienzudamente para los alumnos. Recordaba vagamente que en él había incluido textos sobre resiliencia, así como de primeros auxilios.

  El mensaje de su ex alumna le hizo rebuscar entre esas carpetas tan olvidadas. No sabía bien el qué. Rita se extrañó por la excitación que notaba crecer en su cuerpo. Y de repente lo vio. Era un artículo de varias páginas titulado: ‘Estrategias para someter a la población en situaciones de pandemia bacteriológica: Respuestas desde la psicología para paliar ese daño’. Lo firmaba Vladimir Ilianenko, un prestigioso psicólogo y sociólogo disidente de la URSS, refugiado en Suiza en los años cincuenta.

  Rita saltó varios párrafos. De pronto, se fijó en un subrayado suyo. Leyó en alto:

  “Una población acobardada hasta el extremo puede llegar a revolverse en el momento más inesperado, generando una poderosa energía. Hace falta que entonces haya personas dotadas de temple, visión, carisma y humildad capaces de generar la confianza en las masas para canalizar esas energía y que llegue a ser transformada en empoderamiento colectivo. Como paso previo, un suficiente número de individuos han de haber cambiado su visión del mundo; se ha de abandonar el paradigma actual imperante de creer que las macro estructuras externas solucionarán la crisis. De esta manera, la mente colectiva puede empezar a sanarse y propiciar después una auténtica reconstrucción social basada en reconocer la diversidad de las personas y, sobre todo, la regeneración individual a partir de sentir la esencia vital, creadora que habita en cada uno. Nada externo nos dará un futuro, si antes personas, pequeños grupos y después comunidades articuladas en redes horizontales no construyen esa nueva realidad desde adentro.”

  Se quedó impactada al leer estas frases que parecían dirigidas al momento actual de descontrol y desesperación. Le vinieron a la mente algunos encuentros de los últimos meses con amigos que decían cosas parecidas. Muchas personas les tildarían de paranoicos o revolucionarios. Sin embargo, algo tenía que cambiar. La sociedad se deshacía por momentos. Lo anterior no iba a volver.

  Cerró la carpeta. La dejó a mano por si acaso. Se levantó. El sol ya apuntaba hacia el mediodía. Contempló a lo lejos el mar extenderse infinitamente en el horizonte. Sin saber por qué, Rita sintió paz. Dijo en alto:

  “Sí. Hay esperanza para la humanidad. Vamos a despertar.”

  Instantes después, sintió abrirse la puerta de casa. Escuchó la voz tranquila de Amir: “Hola, ya he vuelto. Mira lo que he pescado, vida mía.”




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