18. Este lío no es para ti (18/50)

 

     Tara Yenso recogía la mesa. Los invitados habían salido del comedor. Unos descansaban en sus habitaciones; otros paseaban por el exterior, protegidos por coloridos parasoles del calor reinante en los jardines alrededor de la vivienda. Ella, tras apilar platos, vasos y menaje sucio empezó a lavar toda la vajilla. Estaría un buen rato, meditaría. Desde niña le gustaba meter las manos en el agua. Años más tarde, la práctica de la atención plena hizo que Tara disfrutara de lavar los platos, como si se tratara de una de sus aficiones favoritas. Se ensimismaba con cada movimiento de la tarea, sintiendo su cuerpo en cada movimiento.

  El sol declinaba sobre las colinas de las afueras de Daramshala cuando terminó de recoger la cocina. Se sentía plena. Salió fuera a pasear entre los estanques de nenúfares, en plena floración estival. La canícula del día cedía su empuje, y la brisa suave proveniente del Himalaya refrescaba el lugar.

  Mientras caminaba despacio por la vereda, la joven de quince años recordó su llegada al ashram. Proveniente de Bombay, apenas tenía cuatro años, la recogieron de las sucias calles, rescatándola de la mendicidad organizada, una esclava de sus propios padres. Era la única realidad que conocía, al principio lo vivió como una pérdida, cual planta sintiéndose desarraigada del suelo. Tan solo el paso de los años le hizo comprender la miseria en que le habían criado, junto a otros hermanos también prisioneros del mal vivir. La nueva familia que le acogió le mostró  el valor de cada persona por el mero hecho de estar vivo. Creció entre los silencios de las prácticas meditativas y el respeto cariñoso de los adultos cuidadores.

   Al cumplir doce años, se le ofreció la posibilidad de volver a una ciudad, donde podría realizar carreras profesionales como el tejer, la cerámica o la agricultura y más adelante crear su propia familia. Pero ella eligió seguir en el ashram. Amaba el lugar, había llegado a fundirse con el paisaje como un pájaro más, desde los primeros tiempos de su recuperación emocional. ¡Cuántos amaneceres le habían hallado entre lágrimas, acongojada por la carga de los recuerdos vividos tan niña!

  Todo esto ya no importaba. Incluso, a pesar de los sucesos recientes, con la pandemia del virus expandiéndose por todo el planeta, su vida transcurría bien. Era una persona en paz. Agradecía cada nuevo día como un regalo. Cada experiencia le conectaba más con su Ser.

  Tara llegó hasta la zona más elevada de la finca de más de treinta hectáreas. Divisó entre polvareda un rebaño de cabras pastando en los campos aledaños. El rio que aprovisionaba de agua durante todo el año al ashram, les separaba. Contempló al joven pastor llamar a los perros para que agruparan a los animales que se iban demasiado lejos del grueso del rebaño. Había una nueva generación de jóvenes cabrillas, aún en plena crianza. Se les veía orbitar muy cerca de sus madres, sin apenas alejarse unos metros de ellas. Por un instante, la imagen le enterneció, llenándole de afecto hacia ellas, hacia todo.

  Pasaron unos minutos, por decir algo. De pronto, unas crías se alejaron demasiado pastando cerca del río. Tara se fijó en ellas. Una de ellas, resbaló en uno de los márgenes junto al cauce, precipitándose al agua; el animal, asustado, se agitó lo cual empeoró su situación, siendo llevada por la corriente rio abajo. Tara, sin pensarlo, salió rápida hacia el rio. Saltó con agilidad la valla del ashram, corrió paralela al agua, examinando como poder ayudar al animal. En esos momentos, desde lejos el pastor se percató de lo ocurrido y vino en ayuda de la cría. Tara sabía que no llegaría a tiempo; tenía que hacer algo, y ya mismo.

  Entonces vio como a cien metros más adelante, el rio se estrechaba al formar una pequeña, tortuosa, catarata de varios metros. Divisó un árbol junto al agua, con una de sus grandes ramas colgando casi hasta tocar el rio donde empezaba el salto de agua. Valoró la situación en décimas de segundo y actuó: Llegó hasta el árbol, se aligeró de ropas, usando su túnica enrollada como cuerda que ató al extremo de la rama colgante. Se descolgó un metro hasta tocar el agua, metiendo medio cuerpo en el río.     

  Unos segundos después la cría de cabra pasaba rápidamente por delante de Tara, y ella tuvo los reflejos de poder agarrarla por una pata trasera, y con un tirón firme pegarla a su cuerpo. El animal tiritaba, más de miedo que de frío. La muchacha lo sujetó con un brazo pegado a su cadera, y con esfuerzo volvió a encaramarse al árbol, para llegar a la orilla seca. Tara se tumbó en la hierba, exhausta por el esfuerzo, mirando al cielo. La cabritilla, en cuanto posó las patas en tierra firme, salió velozmente hacia donde estaba el rebaño, buscando a la madre.

  Allí tumbada, siendo una con el suelo bajo su cuerpo, y el cielo arriba, revivió el rescate de las calles de Bombay hacía más de diez años. Sentimientos morando en un rincón muy profundo de ella, afloraron con fuerza inusitada, sacudiéndola. Agradeció la experiencia pasada. La acababa de comprender con su acto de generosidad hacia el animal. Sintió ahora en todo su ser el valor de aquel rescate siendo niña, y volvió a escuchar al lama Goshen Champa –entonces director del ashram- cogiéndole tiernamente de la mano, esbozando una gran sonrisa que nunca olvidaría:

  “Vamos pequeña, ven conmigo, dejemos atrás este lío. No es para ti, te espera tu verdadera familia.”

 

 


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