22. Decirte lo mucho que te quiero (22/50)

 

      Manuel Artola Aguirre encendió el televisor: Las noticias de mediodía -en el tremendista canal 24 horas- justo en estos momentos narraban el homicidio sucedido en Santiago de Compostela en un psiquiátrico:

  “21 de marzo 2021: El paciente Abel Redondo acaba de fallecer esta pasada madrugada por la intervención homicida de la cuidadora Hermelinda Aquisgrán, licenciada en psicología y voluntaria desde hace un año en la institución. Las primeras pesquisas policiales informan que la sospechosa se ha negado a declarar, y sólo ha repetido cual autómata: ‘Ahora por fin él está en paz’. La institución ha evitado hacer declaraciones. A las autoridades les preocupa que, además del delito, hayan podido incumplirse protocolos del Covid19 dentro de la institución. Al parecer hay grabaciones donde aparece la citada joven hablando muy cerca con el fallecido, sonrientes, ambos sin mascarillas. Seguiremos informando.”

  Manuel apoyó con cuidado la botella de whisky que sostenía en su mano, sin apenas dar crédito a lo que acababa de escuchar. Se trataba de Abel, el hermano pequeño de Don Fulgencio Redondo, parroquiano fiel desde hacía dos años en su establecimiento. Más de una tarde habían departido ambos y el empresario le había contado cosas sobre su familia, oriunda de Palencia. Él quería mucho a su hermano, a pesar de que ambos eran como el agua y el aceite. Fulgencio no comprendía los desvaríos y la hipersensibilidad de Abel, que tanto había hecho sufrir a éste y a su familia, llevándole a repetidos intentos de suicidio.

  “Madre mía” –exclamó Manuel apagando el televisor- “Como está el mundo. Y lo peor de todo, es el morbo que fabrican los medios de comunicación cada día con las desgracias ajenas. Si lo que necesitamos es dejar a la gente en paz; escuchar más y hablar menos. En los hospitales hace falta más compasión y menos fármacos.”

  Puso en marcha la cafetera, mientras pensaba si él contara todo lo que había escuchado en treinta años de negocio, atendiendo la barra de su bar. Manuel era consciente de que, a su manera, estaba cumpliendo una función social importante. La gente venía, bebía y largaba. Y al desahogarse, se volvían a su casa mejor, aunque él supiera que no era la solución. Pero trataba de no juzgarles. Cada mañana volvía a levantar el cierre con actitud de servicio, tratando de ser amable con los clientes. Y podía asegurar que había visto pasar de todo por la puerta del Bar Café los Xiscorris del centro de Vitoria.

  “Mañana sin falta, llamaré a Don Fulgencio para acompañarle en su pérdida” –Siguió diciendo- “Lo siento en especial por la joven Estefanía, su hija. Hace dos años perdió a su madre, y ahora esto de su tío, al que quería con locura.”

  Preparaba la merienda para dentro de un rato, y no pudo evitar repetir: “Como está el mundo, con este mal sueño del virus y todo el lío del confinamiento que nos están metiendo. Después de lo vivido este último año, o la sociedad reacciona o esto nos enloquece a todos.” –Alcanzó a saludar cortésmente a un cliente que entraba por la puerta, mientras en bajo, se decía:- “Esta noche cuando llegue a casa, voy a decirle a Mariajo lo mucho que la quiero y la suerte de vivir a su lado.”




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