14. El hombre lobo de si mismo (14/50)
La bahía se abría
hasta el infinito, perdiéndose en el mar ártico. Desde el bosque de abetos,
dulcemente cubiertos por un manto de nieve, una persona contemplaba a través de
la ventisca, como la manada de renos descendía con cuidado por la pendiente,
para acercarse hasta el agua. Siempre, desde joven, le había llamado la
atención la atracción que el mar causaba en estos animales. Y hoy, cuando el
invierno se había anunciado con fuerza en el extremo norte de la Laponia
finesa, Mirü Icepeak oteaba el aire frio, a través de los flecos de su capucha
protegiendo su curtido rostro.
“¿Qué nos deparará este nuevo invierno?”- el
tono de su voz grave parecía expresar cierta preocupación- “Estos últimos años,
la sequía de los meses estivales está disminuyendo peligrosamente la cantidad
de pastos. Los renos apenas pueden criar a los animales recién nacidos. Y, para
colmo, la pandemia internacional está perjudicando la exportación de carne de
reno a Suecia y Noruega.”
Se frotó la cara con ambas manos, como
queriendo apartar de su mente, malos pensamientos. Al cabo de una hora, envió a
su perra Larik a que reagrupara el rebaño de renos para emprender el regreso a
la aldea. Apenas eran las tres de la tarde, pero ya se podía sentir la penumbra
caer sobre el paisaje. Y aunque Mirü conocía el camino como la palma de su mano
–después de cuarenta años de oficio- no quiso arriesgarse a que le cayera la
noche encima, pues podría extraviarse algún animal joven.
A mitad de la senda de vuelta al hogar, unos
aullidos rompieron la quietud del atardecer. Agarró firme a la perra junto a
él, y emitió dos peculiares silbidos para que el rebaño se agrupase.
“¡Vaya, lo que faltaba, lobos! A estas
alturas del año, estarán bien hambrientos!”
Con dos maniobras aprendidas, cogió el arco de
su trineo y lo ajustó en su espalda. Con la vista también localizó el rifle
bien a mano. Luego procedió a encender dos pequeñas antorchas que colocó en el
trineo y siguió adelante con cautela. Si la manada de lobos era importante, les
atacarían y tendría que asumir la pérdida de algunos renos. No era la primera
vez.
Los renos se colocaron agrupados, poniéndose
los viejos machos delante y a los flancos. Mirü iba detrás con su trineo,
cerrando la formación. Así transcurrió una media hora, en la que recorrieron
unos veinte kilómetros. Pero él avezado pastor sabía que los lobos acechaban
esperando la mejor ocasión para atacarles.
Entonces
se acordó de aquella vez, siendo un muchacho de apenas trece años, cuando había
acompañado a su padre Harald a una larga
travesía de una semana por el norte de Laponia. También en aquella ocasión,
tuvieron un enfrentamiento con los lobos, que se saldó con la pérdida de diez
renos –demasiados para la economía familiar-. Su padre mantuvo la calma en todo
momento, pero él pasó mucho miedo. Para darle ánimos, durante un buen rato, le
cantó una vieja canción finlandesa:
“Aquí hay que cruzar fronteras.
Aquí confluyen los opuestos, igualmente dignos de existir.
Aquí se eleva el contraste, mostrando la belleza.
Aquí comienzan los conflictos, si lucho contra las divisiones.
Aquí el ojo se da cuenta de las perspectivas.
Aquí el anhelo encuentra la paz, con un pie a cada lado.
Aquí la tormenta obtiene su poder.
Soy esta tormenta, nacida y criada en
la línea de árboles.
Las emociones, reflexiones y debates
con los que me encuentro se encuentran en, sobre y por la línea de árboles.”
Mirü
tarareó en alto los últimos versos, tratando de infundirse serenidad. Pero se
hallaba alerta.
Y, al
doblar un recodo, en un paraje donde la vegetación parecía echarse encima del
camino, los lobos irrumpieron de golpe, aullando con fuerza al atacar al rebaño.
Un par de ellos fueron repelidos por las cornadas de machos adultos de renos, y
pareció que desistían. Pero, un minuto más tarde, varios de ellos atacaron a
unos renos situados en la parte trasera. Desde su trineo, a menos de treinta
metros, Mirü alcanzó a verlos: Iban dirigidos por un gran macho negro y
acababan de derribar a una hembra de reno. Entonces, cargó una flecha en su
arco y, sin parar el trineo, apuntó a uno de los lobos cercanos al reno
derribado. La flecha acertó en el blanco y un lobo manchado cayó abatido. Por
un instante, la manada dudó, pero el hambre pudo más.
Al mismo tiempo, en el otro flanco, otros cuatro lobos habían acorralado
a otros dos renos. El pastor dudó en coger su rifle pero se acordó de las
enseñanzas de su padre. Con varios silbidos agrupó al rebaño de renos, le dijo
a su perra que fuera a la cabeza, y asumió la pérdida de los tres renos.
Cinco minutos después, el peligro había sido conjurado. Para sus
adentros, Mirü pensó que no habían sido tantas las bajas. Aunque lo sentía por
los renos caídos, sabía que esto era ley de vida. En la tundra cada especie es
importante, e incluso los lobos juegan un papel imprescindible en el equilibrio
del ecosistema. Algo que, durante las últimas décadas, el ser humano había ido
olvidando más y más, al apartarse del respeto de las leyes de la naturaleza.
Tal vez por ello, la civilización occidental estaba en plena decadencia. Situaciones
como el virus, que ahora asolaba el mundo, lo reflejaban. De alguna manera u
otra, los humanos necesitaban volver a recuperar la senda de la cordura. Este
bello planeta, poblado de miles de especies, no podía ser echado a perder ni
siquiera por la más poderosa de ellas: el Hombre, y su cruel voracidad sin
medida.
Estando su mente poblada por estos pensamientos algo sombríos, Mirü
alcanzó a reconocer a lo lejos las luces de su pueblo. Aún le quedaba cerca de
una hora de viaje, pero sabía que esta noche volvería a dormir caliente en su
cama, tras disfrutar una apetitosa comida en familia.
Esto le elevó el ánimo, y con tono animoso, volvió a canturrear algunos
versos de la canción:
“Aquí
el anhelo encuentra la paz, con un pie a cada lado.
Aquí la tormenta obtiene su poder.
Soy
esta tormenta, nacida y criada en la línea de árboles…”
Siempre ha sido así. O imitamos a los lobos en su unidad como una manada 'todos a una' o copiamos de ellos su ansia de depredación. Nosotros hoy volvemos a elegir.
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